Tuesday, December 12, 2006

ATACA LAS CALLES

Te tomo de la mano y corro. Preguntas qué pasa, y te digo que no es eso lo que importa ahora, que hay que correr, salir de aquí, que no podemos quedarnos, que hay que escapar.
Todo está en silencio, desierto. No hay nadie en las calles, y corremos, corremos. Oímos música mientras corremos, pero no es música de verdad, es el ruido de nuestros corazones agitados y nuestras neuronas frenéticas, pero es música siempre, y seguimos corriendo. Y el aire está distinto, el cielo es verde o morado, y hay algo en el ambiente que lo llena todo, y es lento y rápido al mismo tiempo y es como otra música, y sabemos lo que ocurrirá un segundo más tarde. Siento que todo es muy veloz, como ir montado sobre rieles suaves, como estar anestesiado o drogado, pero no te lo digo porque no sé como explicártelo.
Lo que sé es que hay que correr, y la ciudad ha cambiado. Llegamos a una entrada del Metro, y no nos atrevemos a entrar. Hace calor, pero el viento sopla entre los edificios, y seguimos huyendo.

Los rieles suaves han dejado de ser suaves. Sabemos que se acerca, y también el peligro.

Ahora vamos sobre el carro de una montaña rusa imaginaria, y temes caerte, o que se descarrile el trencito de colores, o que nos encuentre y nos atrape. Nos metemos por una callecita, y luego un pasaje empedrado, lleno de hojas que alguien amontonó en la vereda, y que ahora están esparcidas por todas partes, después del viento.
Es raro, pero no estamos cansados. Seguimos corriendo, y hace cada vez más calor, que es un calor sin sol, y parece que el cielo está más cerca de nuestras cabezas que antes.
Llegamos a una bifurcación; me paro a pensar, pero la música y el cielo verde y tu pelo no me dejan. Volvemos a correr.
Sólo hay que llegar a un lugar seguro, un refugio. Trato de encontrar alguno, pero está por todas partes, y se nos van acabando los caminos.

Nos está cercando y me doy cuenta, pero tampoco te lo digo. Tú todavía no, pero yo he visto las puntas de su sombra en las bocacalles, en los reflejos de las vitrinas, en las esquinas de las calles paralelas.

El miedo me llena el estómago, pero trato de continuar. Estás cansada, y tengo que tirarte de la mano para que no te detengas a respirar.

Se acerca cada vez más, y lloras, asustada de verdad por primera vez en tu vida. Ya no corremos, porque el piso tiene imanes que atraen el miedo, y levantar los pies se hace muy difícil. Tropezamos, nos levantamos, y se acerca.

Estamos desorientados, y nos metemos en un callejón. Entonces llegamos al fondo, y casi chocamos contra la pared, y se acerca. Volvemos a caer, y nos arrastramos a un rincón, y tratamos de escondernos detrás de los basureros y los diarios arrugados, pero nos ha visto. Nos abrazamos temblando y lloramos bajo el cielo que es el techo del callejón, y el viento nos descubre, el miedo mezclado con sudor se nos sale por los poros, el aire es irrespirable. Empuja los tarros de basura, nos destapa, nos atraviesa con sus ojos y nos deja clavados al piso, implacable.

Es la Noche.

Perdimos.

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